sábado, 20 de agosto de 2016

FEMINISMO DE EQUIDAD


En estos momentos en los que se habla de un supuesto Nuevo Orden Mundial de Ideología de Género y de Aborto, que contradice la naturaleza humana, y la dignidad y la verdad de la persona, necesitamos conocer el devenir del Feminismo hacia la Ideología de Género, para entender la situación dónde estamos y por qué hemos llegado hasta aquí.


Y necesitamos conocerlo porque si bien el Feminismo en sus orígenes era “una batalla por la justicia y la dignidad de la mujer”, en esta lucha, “la mujer, sin apenas percibirlo, comenzó a renunciar a su propia feminidad, sin ser consciente del menoscabo que esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno desarrollo personal”. Y en esta evolución hacia una Ideología de Género, -que pretende cambiar la naturaleza de la mujer y por tanto también del hombre-, los medios para conseguirlo también han cambiado y se han vuelto coactivos. El control de las Instituciones Nacionales e Internacionales, el uso de partidas presupuestarias públicas y la creación de unas industria del aborto que mueve cantidades ingentes de fondos explican por qué se extiende una ideología que repugna por sí misma. La ONU, las organizaciones Mundiales dependientes de esta y la Comisión Europea, condicionan las ayudas a la implantación de políticas, medidas y leyes que permitan y promuevan el aborto y la ideología de Género.


 


María Calvo Charro, en su libro “Alteridad sexual. Razones frente a la Ideología de Género” expone de forma sucinta y clara esta evolución del Feminismo. En este primer capítulo transcribimos el Feminismo de Equidad.

 


Feminismo de Equidad


La lucha por la igualdad en los derechos y deberes de las mujeres fue a lo largo de siglos de historia una batalla por la justicia y la dignidad de la mujer. Las primeras reivindicaciones hunden sus raíces en la propia Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Como señala Jutta Burgraff, al irrumpir la Revolución Francesa, algunas mujeres inteligentes se dieron cuenta de que los derechos humanos tan ensalzados beneficiaban tan solo a los varones. Por tal razón, Olympe Marie de Gouges redactó, en septiembre de 1791, la famosa «Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana», entregada a la Asamblea Nacional para su aprobación. Detrás de ella, había un gran número de mujeres organizadas en asociaciones femeninas. Se definían a sí mismas como «seres humanos y ciudadanas», y proclamaban sus reivindicaciones políticas y económicas.

Las mujeres no querían seguir sin voz ni voto, preferían que se les castigara e incluso padecer la muerte, antes de ser consideradas como niñas sin responsabilidad. En el encasillamiento de la mujer como un ser débil y dependiente del hombre mucho tuvo que ver sin duda el pensamiento de Jean-Jacques Rousseau, plasmado en su ensayo sobre educación «Emilio» (1762), en el que propugnaba el sometimiento de las niñas (representadas por Sophie) a una educación bien diferente a la de los muchachos. Para estos se reservaba todo lo relativo a la vida pública, mientras que la educación de aquellas quedaba limitada a la vida privada, al hogar. La mujer debía quedar siempre y absolutamente supeditada al hombre y esta dependencia tenía, en su opinión, «carácter natural». El sexo femenino debía gozar de la «virtuosa ignorancia», así como de un «dignificante anonimato». La situación subordinada de la mujer se refleja asimismo en su obra «El Contrato Social» , en la que la mujer queda absolutamente excluida, no pudiendo ser considerada parte del «pueblo» ni, en consecuencia, «ciudadana», pues los ciudadanos son aquellos que detentan parte de la «autoridad soberana», lo que queda reservado en exclusividad absoluta a los hombres.

Desgraciadamente, Olympe de Gouges fue degollada junto con otras muchas mujeres valientes. A las supervivientes se les prohibió reunirse bajo pena de cárcel, y sus asociaciones fueron disueltas a la fuerza. Su misión, por lo pronto, parecía haber fracasado, sin embargo, sirvieron de incentivo para los movimientos en otros países, como Inglaterra, donde, en la misma época histórica, Mary Wollstonecraft publicó su obra «La Vindicación de los derechos de la mujer» (1792). Para Wollstonecraft, la clave para superar la subordinación femenina era el acceso a la educación.

Pero no fueron solo mujeres las que lucharon por su igualdad. También hubo voces masculinas que se alzaron contra esta injusta discriminación. En este aspecto, ya en el siglo XIX, destaca el gran pensador John Stuart Mill con su obra: «Tratado sobre la esclavitud de la mujer» (1869), inspirada en gran medida por su esposa, Harriet Taylor Mill, quien colaboró activamente en su redacción. Considera Mill que «el principio regulador de las actuales relaciones entre los dos sexos -la subordinación legal del uno al otro- es intrínsecamente erróneo y ahora constituye uno de los obstáculos más importantes para el progreso humano; y debiera ser sustituido por un principio de perfecta igualdad que no admitiera poder ni privilegio para unos ni incapacidad para otros». Esta obra pronto se convirtió en el decálogo de un incipiente movimiento feminista en Europa, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda.

En España, desde mediados del siglo XIX hasta principios del XX, el feminismo se centró especialmente en la lucha por el acceso de las mujeres a la enseñanza. Sus principales protagonistas fueron dos grandes y valiosas intelectuales gallegas: Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán. Ambas defendieron la igualdad de derechos entre los sexos, insistiendo, no obstante, en el papel fundamental que la mujer ejerce como madre y esposa. Aquella, a mediados del siglo XIX, accedió a las aulas de Derecho de la Universidad Complutense bajo ropajes de caballero, para colmar su deseo e interés por esta licenciatura, en especial, por el Derecho Penal. Por su parte la escritora gallega Emilia Pardo Bazán fue una incansable luchadora por la igualdad en la educación escolar de las mujeres. Lo que le mereció, en 1910, ser la primera mujer nombrada Consejera de Instrucción Pública. También, en 1916, llegó a ser la primera mujer Catedrática en España (Cátedra de Lenguas Neolatinas en la Universidad Central de Madrid). Puesto que aprovechó para reivindicar los derechos de la mujer. A su primera clase solo fue un alumno, pues el claustro de profesores y alumnos la rechazaron por ser mujer.

A inicios del siglo XX, por fin, fueron reconocidos otros derechos políticos. Las mujeres obtienen el derecho al voto en Inglaterra y Alemania (ambas en 1918), en Suecia (1919), Estados Unidos (1920), Polonia (1923) y otros países. Francia e Italia (ambas en 1945), Canadá (1948), Japón (1950) y México (1953) y, finalmente, también en Suiza (1971). En España, recordemos cómo Clara Campoamor, en 1931, para lograr el derecho al sufragio femenino, en un discurso realizado en el Congreso, renunció expresamente en público a su condición de mujer: «Señores Diputados: Yo, antes que mujer, soy ciudadano».

Hasta este momento histórico, el feminismo puede ser definido, con matizaciones y excepciones puntuales, como de «equidad», ya que su principal pretensión era la igualdad de derechos civiles y políticos, para hombres y mujeres, sin ignorar o despreciar, como regla general, la existencia de una feminidad esencial, reflejada principalmente en la maternidad.
 
 

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